El lenguaje tiene fines meramente estético.

Quiero verte desnuda el día que desfilen los cuerpos que han sido salvados, sobre alguna autopista que tenga infinitos carteles que no digan nada.

domingo, 10 de enero de 2010

Nosotroslosotros.

en mis ataques de hipo me doy cuenta
cómo olvidamos, (en este derrapar
automovilístico sobre crestas
de hule) mirar a los demás como si

tuvieran infinidad de premolares,
ocho pares de medias, medio litro
de vino en las orejas y un que otro

estornudo.


Cuando ya ni morir vale la pena
cuando olvidamos hasta el gesto de llorar
Quién recordará mis gritos en el fuego
quién no ha perdido al meno una vez
un ladrillo frío de moho, en el viejo cementerio.



A Fernando Peña.

sábado, 9 de enero de 2010

Llego tarde.

Que ocurrió así, como escondiéndome de la niebla. El auto a 30 porque es ciudad y tarde y los ebrios saben dar la nota. Así tranquilo y con algo de vértigo mal simulado. Creo que estoy llegando tarde. El volante firme frente a mis brazos, plástico masticado hasta el hartazgo para pasar el paso y averiguar el siguiente. Creo que eran las… no sé ni para qué me despeino al pensarlo, lo que trascendió era el polvo desperdigado blanco por el asfalto, pero nadie sabe nada a esas horas.
-Al final sos igual que el pajero de tu amigo.
Tal vez tengas razón mi amor, pero por más válidas que sean las lágrima, el dolor en una inundación huele terriblemente a muerte y a viejo. Dirás que no sabías, que tu cuore no entiende mis conexiones convexas neuronas-manubrio. La culpa nace a pesar de las buenas razones mi amor, perdoná el mal entendido. El volante era firme, el líquido de freno a pleno y la tinta en los diarios no terminan de comprender tanto polvo en tanto asfalto. Pancho, aunque pajero, era un gran tipo, montado a su bicicleta vendiendo lo que vos no admitías que se venda. La cosa está cruda para hilar filo en moralidades o costumbres. Tu acostumbras, vos acostumbrás, ella me acostumbre a tomar, la merca nos acostumbra sin mirar cedula de identidad. La niebla gélida de invierno toca la puerta a los que no la tienen de salida, y siempre terminan huyendo por la ventana, en especial si ésta se rompe de azúcar.
Estaba despierto, más que nunca. Con tanto blanco encima del asfalto cómo no estar despierto. No obstante, las conexiones convexas ofrecen resistencias un tanto enajenantes, salen de uno para mirarnos fijos en los ojos y darle lengua para apuntar directivas. El auto no iba más de cincuenta y los ebrios a veces no lo están tanto.
-Al final sos igual que el pajero de tu amigo.
Un terrible pajero, pero no puedo evitarlo, es mi amigo, mi compañero de ruta, y estaba en las última. Ya sé que yo andaba sacando medio cuerpo fuera del agua, sin embargo, qué se yo, entendeme, seis años de convivencia no pueden pasar en vano, como azúcar por la ventana. Por otra parte, estaba llegando muy tarde y sabés cómo soy con eso. Bueno, y sí, yo tengo toda la culpa, y Pancho quizás, y hasta vos las tenés un tanto. No me pongas esa cara, no la soporto. Yo estaba apenas si pasando los 60, tal vez 65 kilómetros por hora, es que era tan tarde, y ésta es una ciudad bien y los ebrios a las tres en la cama contando angelitos. No sabía del polvo blanco sobre el asfalto, es que Pancho, si te contara lo de Pancho, aparte el líquido de freno a pleno. Es que las conexiones sabían extraño en la lengua, como amargas, y el pobre tipo con el Renault y no pude evitarlo. La idea cruzó como rayo. Para qué más. Y las respuestas no caen como repuesto de merca y le di manija, el volante dobló sesenta grados, las neuronas-manubrio no aceptarían un no como respuesta y yendo a noventa cómo no iban los reflejos a reaccionaron mal y tarde.
-Al final sos igual que el pajero de tu amigo.
Cuando la neblina gélida toca la puerta uno aprieta los dientes, que queremos con caries, y sale disparado por la ventana, con todo y volante. El parabrisa se hará azúcar sobre la carne destrozada y enmudecerán todas esas neuronas-manubrio y congelarán todas sus conexiones convexas. Para qué más, ahora te juro que tengo mil repuestos a la pregunta, pero el forense cierra el forro con todo yo adentro. Tal vez Pancho me recuerde y vos todavía me ames. Me duelen un poco de diente, no sé bien porqué, creo que apenas si alcanzaba los 100 por hora. Pero por más que pise el acelerador, y el líquido de freno esté a pleno, llego tarde.